07 junio 2008

Ayer estuve en un funeral

Hace un par de días falleció una compañera de curro de veintidós años. La verdad es que no la conocía mucho pero era una chica muy agradable.
Al salir hoy de trabajar fuimos todos los de la oficina a la celebración, hacía mucho tiempo que no vivía una misa y me pareció muy curioso.
Por supuesto que sentía pena, pero está claro que no como un familiar o amigo, en todo momento me propuse ser justo con mis sentimientos para participar en la forma en que se debe hacer cuando se toca el tema de la muerte, con total sinceridad.
Eso es lo que me pareció fascinante: desde un rincón pude contemplar algo totalmente real, es cierto que era dolor lo que se respiraba en el ambiente, pero un dolor tan sincero y cierto… no había allí lugar para la hipocresía, la envidia, el orgullo… la madre, el novio, su gemela, sus amigos… te daba la sensación de que fuera de esa iglesia el mundo es totalmente distinto, donde todas las emociones están canalizadas y medidas, donde la muerte es un concepto más abstracto que real. Puede que sea por eso por lo que el día a día no es tan sincero en este mundo donde pensamos en la muerte como en los Reyes magos y sólo la vemos en una caja cerrada dentro de un templo de piedra.
Ya que no tengo pensado asistir a muchos funerales no podía desaprovechar esa oportunidad de observar ciertos individuos en ese ambiente tan especial:


La tipa que canta:

Por deformación profesional no puedo evitar el escuchar con suma atención cuando alguien canta, por otro lado me parece una actividad en la que se muestra el individuo tal y como es… cantando es muy difícil mentir, y cuando se hace se nota.
Estaba claro que la mujer no era un ser muy cercano a la fallecida, estaba apenada realmente, pero como cualquier otro por la muerte de alguien muy joven aún. Así pues, la mujer con sumo respeto cumplía con su papel.
Es muy típico que en las parroquias haya un poco de pique entre “cantantes”, normalmente mujeres ya mayores que encuentran cantando en misa su quizá único momento de notoriedad en su vida diaria. También es muy habitual el que haya una que destaque entre las demás, ya sea porque tenga algún conocimiento de música, una mejor voz o simplemente la “menos mala” de entre el rebaño del señor. Esta mujer era una “diva de iglesia”, se nota en la actitud, lugares “privilegiados” donde se sitúan y una profundidad mayor en su semblante… como haciéndonos ver lo mucho que sienten o creen. Por lo general me caen mal al vuelo, pero lo que me gustaba de esta mujer es que aún siendo toda una diva no se advertía ese aire de superioridad tan desagradable, simplemente se la veía consciente de ser la que mejor canta de la parroquia y actuaba en consecuencia, sin falsa modestia.
¿Cómo se deduce esto de la forma de cantar? Daré algunas pinceladas que me llamaron la atención:
Por supuesto se sabía la misa casi mejor que el cura, por lo que entraba con precisión suiza en los momentos oportunos; comenzaba con voz potente para animar al concurrido a seguirla pero eligiendo tonalidades que a ella le venían mejor. Qué cojones, me parece bien yo haría lo mismo. Tendía siempre a tonalidades muy graves donde ella estaba cómoda pero a la mayoría de las mujeres no le iban muy bien, así, aunque la iglesia entera estuviese cantando a grito pelao su voz siempre se escuchaba por encima del resto.
Una vez había impuesto su tonalidad doblaba a una tercera, quinta u octava; para los que no sepan mucha música significa simplemente que cantaba la misma melodía pero desplazada en tono una distancia determinada que hace que suene “bien”. Con esto da un poquito más de cuerpo a la melodía al no cantar todos a unísono demostrando cierta pericia musical.
En cierto modo ella era el pastor, era quien iniciaba y animaba la actividad, así, cuando la cosa empezaba a marchar sola se permitía el jugar un poco con su técnica… hasta que se le descalabra un poco el rebaño por lo que tiene que volver al unísono y con mucha voz y personalidad volver a instaurar el orden, todo un juego que aporta muchísima satisfacción personal aunque el público no suele advertir el esfuerzo.


El del curro y el neocatólico:

Muy cerca estaba un fulano del curro, fuimos presentados poco antes y, dada la ocasión, quedó claro que ese no era el momento de comenzar una hermosa amistad, así que los dos cerca en respetuoso silencio.


El hombre este (clavado a Kike Camoiras, por cierto) tenía plantado a su lado a un heavy. Uno de esos heavys que quieren hacer ver lo heavys que son cumpliendo a rajatabla los estereotipos (me ahorro descripciones por lo tanto), me gustó mucho la situación… disfruté:


Camoiras de traje impoluto sabía que debía mostrar total naturalidad ante el heavy en semejante contexto, así cuando éste se menease haciendo más ruido que los doce cascabeles del caballo de Joselito no debía ni inmutarse… como guiado por un mentor oriental no rompía su concentración ni el hacha dibujada en la chupa ni la mata de pelo que tapaba parcialmente el único hueco entre columnas por el cual Kike seguía la celebración. Bravo Kike, bien luchado.
Por otro lado está la actitud del heavy… católico, qué bonito es eso de los contrastes en la personalidad ¿eh? Y qué cutre se ve cuando es en otros, ¿eh??? Bueno, pues allí estaba San Judas Priest musitando todas las oraciones, haciendo la señal de la santa cruz, el Jesusito de mi vida y hasta el viajecito a comulgar!! (Nota: En misa uno sólo puede comulgar si está libre de pecado, y ya sabemos que prácticamente todo es pecado). Para no enzarzarme en sutilezas vamos a cerrar este punto levantando un poquito la pancarta que llevaba el chaval: “Soy un heavitrón que te cagas, y aunque lleve calaveras en los anillos soy más creyente de todos los que ves, ¿qué contradicción no?, pss, riqueza personal que desborda uno”.
De esta guisa no es de extrañar cuál era el momento que yo esperaba ansioso: ¡la mano!. Daros fraternalmente la paz…
Tanto el heavy en su afán de reafirmación católica como Kike intentando aparentar normalidad ante el artista (no evitando la supuesta situación incómoda) se abalanzan el uno sobre el otro, gemelos de oro besando muñequera de pinchos… una preciosa imagen si no fuese por lo totalmente ridículo, absurdo, violento, forzado y divertido del momento.


El vecino que va a mostrar sus respetos:

Una de las cosas que más me llamó la atención es el diferente grado de implicación de la gente con la fallecida, es una mera cuestión de proximidad. Desde el núcleo más cercano terriblemente afectado había personas de todos los grados, hasta llegar a gente que posiblemente nunca había visto a la chica, habrían oído en algún lado que una vecina joven había fallecido, quizá la hija de la prima de alguien… y allí estaban mostrando sus respetos. Siguiendo con esta idea de los distintos grados de implicación vemos a los siguientes personajes:


Iker:

Ya no trabajaba en CyC el día del funeral y creo que no había coincidido ni una semana con la chica, pero allí estaba, afectado y expresando sus sentimientos. Comentaba que el ir a un funeral es un trago durísimo para él, y, por supuesto, mucho peor si es de alguien conocido y joven. Una vez más me demostró que es un buen chaval, sentido, que se preocupa con sinceridad de sus amigos, y que no tiene miedo de mostrar lo que piensa… todo un candidato a ser un gran amigo si las circunstancias permitiesen que volviésemos a estar juntos el tiempo necesario.


Aitor:

En el lado opuesto tenemos a Aitor (toda una entidad en la empresa) no mostraba signos externos de dolor, simplemente respeto. Estaba allí como en cualquier otro acontecimiento que implicase a los trabajadores de la empresa, no hablando de alguien a quien no conocía, y no manifestando un dolor que no sentía. Estaba en un acto social un tanto delicado, y se comportó con absoluta corrección… no evitó una sonrisa en algún comentario divertido, pero jamás se le podría imputar una falta de respeto. Toda una actitud perfectamente defendida por una personalidad fuerte y coherente con lo que siente.


Los que están entre dos aguas:

Entre uno y otro nos encontramos, nos pese o no, el resto. Personalidades menos definidas, mucho más influenciadas por el qué dirán que no saben actuar en una situación tan delicada… y se nota.
Con actitud dubitativa y observando al resto de reojo estudiamos cautelosamente la reacción de quienes nos rodean, tomamos datos de las posiciones más extremas para definir los límites y luego buscamos una media sobre el resto (cuestión nada fácil ya que generalmente el “resto” también suele estar tanteando al personal), una vez definido el marco, y siguiendo las suposiciones que se tiene sobre los ideales de uno mismo, es cuando se define la postura, generalmente media+3 o extremo radical-2; así queda saciado nuestra ilusión de personalidad definida… en fin.
Es muy interesante estudiarnos al rebaño del señor; sonrisas nerviosas que delatan la desubicación absoluta, expresiones corporales que se reprimen esperando la reacción del resto, comentarios de sentimientos totalmente neutrales y anodinos… pues si, pues si.


La gemela:

Llevado al extremo el caso anterior tenemos a la gemela de la fallecida… jamás antes había pensado en qué debe sentir alguien a quien se le muere su gemelo. Alguien con quien has compartido tu tiempo desde el útero materno, todo tu crecimiento, alegrías y tristezas de toda la vida, similitudes totales a nivel psicológico y físico. En este aspecto y como añadido se suma el que la muerte se debiese a una malformación congénita del corazón… del corazón de tu gemelo idéntico.

No es de extrañar que fuese la persona más afectada de todos los allí reunidos, la verdadera protagonista del evento, por quien todos estiramos el cuello para poder contemplar la segunda mayor realidad del evento tras la muerte en sí como entidad, una joya efímera. Como privilegiados asistimos al que puede ser el peor momento en la vida de un ser humano, dolor absoluto en estado puro; una persona privada de todo excepto de lo exclusivo para convertirse en un contenedor de dolor; y, como decíamos, la persona más respetada… podría llegar a saludar la persona más influyente del planeta, pero en ningún momento podría arrebatarle ni un segundo de protagonismo.

A través de ella pudimos ver llorar a la fallecida por sí misma, a través de sus propios ojos, ya no es una persona muy querida la que se va, era ella misma la que había muerto viéndose obligada además a contemplarlo todo.


El novio:

No es que esté yo muy suelto en esto de funerales pero creo que lo que allí pasó no es normal. Me pareció muy de película, un espectáculo con luces y trapecistas que, para mi gusto, estaba totalmente fuera de tono.
Algunos amigos y familiares había escrito unas palabras para despedirse, recordar los buenos momentos, citar virtudes, etc. La cosa empezó de menos a más, de discursos correctos a cada vez más emotivos coronados por llantos y palabras espontáneas del público, que ya se había convertido en tal, hasta llegar a un punto que ni siquiera los animales de la observación nos atrevíamos a desear: las palabras del novio.
Muy costosamente logró ponerse en pié, sujetó el micrófono que por allí rulaba e intentó decir algo. Jamás el adjetivo “dantesco” tuvo tanto volumen como en aquellos cinco minutos en los que un hombre despojado totalmente de su humanidad se tambaleaba, llegándose a caer varias sobre el banco y de rodillas al suelo en una de las embestidas de dolor. Obviamente nada de lo que dijo fue entendible, pero los sonidos que emitía y el descontrol absoluto sobre su cuerpo consiguieron trascender al público provocando una oleada de llantos, gritos de ánimo, dolor, rabia, amor y muerte… ni siquiera al terminar fue posible un sencillo aplauso con el que se premió al resto de los oradores dada la total anarquía emocional que allí había.


El poeta:

Pasado el brutal trance del novio apareció en escena otro personaje, un tuerto en el país de los cojos. Si mal no recuerdo era tío de la fallecida y debían de mantener bastante relación.
Ya al comenzar se veía que el monólogo iba a ser extenso… y no defraudó.
Comenzó haciendo un no muy breve repaso de vida y obra, algo que, dada la situación, no nos atrevimos a calificar de pedante en su momento. Poco a poco tanto la exposición como el mensaje en sí comienzan a crecer hablando de la muerte como cruceros estelares, hasta convertirse en un paseo por Cassiopeia viajando a toda ostia entre asteroides mientras charlas con los grandes de la historia de la humanidad. (¿No hay un capítulo de los Simpson sobre esto?)
La verdad es que el tipo le echó cojones, y me provocó toda una serie de sentimientos:
Saltaba a la vista que el discurso, plagado de palabras de las largas que cuesta pronunciar, no era muy improvisado y bastante pretencioso, no digo que el tipo fuese un gilipollas (aunque lo pienso) pero sí estaba claro que pretendía pasar a la posteridad como “Aquel precioso discurso que dijo fulanito en…” Por lo que una fuerza interior en mí más poderosa que los anillos de Saturno, donde una vez muerto parece que es donde vas a jugar a Curling, me empujaba a despreciarlo, ahora bien, con toda la energía de Orión intentaba contener mi juicio contemplando el rosto del concurrido buscando aceptación y, en consecuencia, probar mi teoría de que soy un snob y eso puede ser toda una fuente de falsos prejuicios.
En los rostros no vi nada, y no sé si snob o no me pareció un auténtico gilipollas desconsiderado y oportunista. Así que decidí consultar con la mayor autoridad sobre muerte allí presente…


El cura:

Siempre he tenido mucho respeto por esta gente, ya que desde pequeño tuve la suerte de conocer a alguno que me impactó (y no, no me dieron por culo, porque parece ser que hay alguno, quizá será sólo en Galicia ¿eh?, pero existen unos cuantos que no son unos hijos de puta, que realmente se preocupan por su parroquia y son buenas personas) es más, quien durante muchos años fue mi mejor amigo y la persona con más carisma que he conocido jamás es hoy cura. Otra cosa es que estemos de acuerdo con las doctrinas que estudian. Fin del alegato.
He asistido a muchas misas, normalmente siempre con la idea en mente de “a ver cuándo termina esto” pero en aquel momento me pareció que estaba asistiendo a la verdadera labor de un cura, como si sólo hubiese contemplado el papeleo del día a día de un bombero hasta que un día, con sorpresa, ves que se dedican a trabajar con catástrofes.
Todo un maestro de ceremonias ante la citada anarquía emocional conseguía mantener cierto orden y dar un sentido (real o no) a todo lo que allí sucedía. Finalmente te das cuenta que con total generosidad y tacto va hilando la representación a los que necesitan en ese día ser protagonistas: los amigos que quieren dar un último adiós, los conocidos que muestran su sincero respeto, la familia desgarrada por el dolor… a todos aquellos que están viviendo la muerte de cerca y necesitan canalizarlo el cura les daba una oportunidad para hacerlo con total dignidad y grandeza. Desde la mujer que canta o el novio que no consigue mantenerse en pié hasta el poeta que torpemente quiere hacer algo memorable todos quedan representados en esa coreografía donde los gestos se sustituyen por sentimientos reales.
Por supuesto que es un cura católico, y como tal (porque eso es lo que cree para sí mismo) habla de la muerte y resurrección de Cristo, de vivir en comunión, de cómo encaja la iglesia en todo aquello… pero, quizá esto ya sean imaginaciones mías, aquel cura transmitió un mensaje de esperanza a todos. Es como si a los que no estamos en “el camino” también nos quisiese animar con un mensaje humanista sin hablar religión en sí, sino simplemente en términos de vida, amistad, amor y esperanza dejando al margen aspectos que pueden cerrar en banda a algunos y dejarlos con un peor sentimiento de dolor y soledad, en aquel momento no estaba allí para adoctrinar sino para ayudar.
No sé si estoy consiguiendo transmitir algo de lo que allí sucedió, pero creedme que lo que aquel hombre corriente hizo ante centenares de personas fue magistral.

No es que vaya a recomendar que nadie vaya a un funeral a meter el hocico, pero desde luego, abriendo un poco los ojos, es toda una experiencia.

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