Lo bueno de tener pelo en abundancia es que en momentos donde se dispara la adrenalina puedes sentir cómo se eriza el vello que recorre la columna vertebral. Sientes más que nunca el animal salvaje que nunca debió ser domesticado, te recuerda la sed, la sensación de vida que sólo se siente cuando la continuidad de ésta no está asegurada. Recuerdas el lobo que corre sintiendo los latidos de su corazén en las sienes, cómo se seca la tráquea tras el paso del aire a bocanadas. Recuerdas ese dulce placer que produce el dolor cuando algo se clava en tu encía. Los dientes, fatales compañeros que se hunden con esfuerzo en la carne en una explosion de calor y sabor metálico, movimientos convulsos de aquello que sostienes con la seguridad de que ese bocado jamás se soltará… hasta que sin darte cuenta todo ha terminado, el estruendo desgarrador se transforma en segundos en silencio, paz absoluta, viento deslizándose entre las hojas de los árboles. Y solo queda como recuerdo un juguete calentito que cuelga de tu boca.
No, este verano creo que no me depilo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario