08 noviembre 2010

La historia más veces jamás contada.


Tengo un amigo que, como es un poco gilipollas, pues siempre que hay alguna reunión social y, si es con desconocidos pues mejor que mejor, se acuerda de una historia mía, por eso de romper el hielo. Así que he decidido que es hora de liberarla, que sea ella misma quien viaje por estos mundos de Dios, sin ser mancillada por la boca de ningún baboso.

¿Cuántos años hace de esto? ¿Diez? ¿Once? No está del todo claro, es más, hay versiones en las que el protagonista es un chino gordo o incluso alguna que se desarrolla en el Congo. Esta es la verdadera historia que quiero dejar aquí antes de que el alzheimer la haga desaparecer.

Recién llegado a Euskadi, joven, inexperto, sediendo, un amigo me invita a cenar con su familia. Aitor, un tipo más majo que las pesetas, pero que tenía la curiosa costumbre de ponerme de coartada hacia su familia para cuando montaba de las suyas, que eran día sí y día también, por lo cual sus padres creían que prácticamente vivíamos juntos. Chachi piruli; todos en el coche, incluída su hermana que estaba bien buena para que lo vamos a negar, a una sidrería.

Yo no conocía eso de lo que tanto había oído hablar, un lugar donde se come carne a bocaos y se bebe sidra, la que se quiera, toda la que se quiera… te puedes currar un Leaving las Vegas si te da la gana por unos 40 €. Yo no me lo creía, pero como tipo valiente que soy me apunté al plan.
Ya en la sidrería me presentan a otra familia amiga de la de Aitor con un hijo de nuestra edad y otra hermana también agradable de ver.

Ni qué decir tiene que bebí como un salvaje y comí como una bestia, a lo que da. Con el tipo aquel hice muy buenas migas, nos hicimos colegas y supongo que nos prometimos amor eterno, a su hermana la seduje perdidamente con mi sonrisa irresistible, pero no quise ir más allá debido a mi reciente pero profunda amistad con su hermano (al menos así está almacenado en mi cabeza). De todo lo que ocurrió bajo aquel techo tengo un buen recuerdo, cómo me reía con los chistes del padre de Aitor, y el amor que sentía por su madre que tánto me recordaba a la mía, lo berraco que estaba ante los dos pares de tetas que oscilaban ante mí…
Terminada la cena nos vamos a un bar cercano a echar unos tragos, y es el padre de Aitor quien los saca y los paga… pues qué decir, más de lo mismo; pimple, arrimar cebolleta, reirse, exaltación de la amistad… un detalle curioso es que a la hermana de Aitor le dio por joder vasos de esos pequeños, de franziskaner, y, como gesto de amor, me dio uno a mí para que lo llevase en el bolsillo interior de la chupa. Qué bonito. Pero, peeeeero, peeeeeeeeeero llega un momento con el que yo no contaba: 

-Bueno chicos, que nos vamos pa casa.

Ostia, pues no estaba yo acostumbrado a eso, la verdad es que me encontraba en una época de mi vida en la que creía que era obligatorio el perder la consciencia a partir de cierta hora de la noche y luego ir descubriendo durante la semana a partir de reportes de terceros las pequeñas joyas que había enterrado para mi propio disfrute. Bueno, no pasa nada, todo el mundo sabe que con respirar muy profundo por la nariz y mirar a lo lejos al caminar ya convences a quien sea de que no vas borracho como una rata.
Nos montamos en el coche de vuelta a Donosti, todos nos reimos mucho, yo también, pero por disimular, porque en realidad siento que Hulk me está estrujando las tripas. Y llega lo inevitable, ese pequeño movimiento involuntario del estómago que no hace nada, pero sabes que de forma irremediable acabará en desastre… no Diossss, no, no puede ser, venga, tengo que ser fuerte, venga, venga, respira mucho por la nariz y mira muy lejos, si es fácil…

Yo no sé que coño de espectáculo debería estar montando, imagino que algo parecido a si el fulano de alien estuviese intentando mantener el bicho dentro con la mano mientras este grita todo loco y empuja intentando reventar las tripas, y el tipo, para disimular, repira fuerte por la nariz como si estuviera encabronao y abre los ojos como platos.

-Oye Alex, ¿quieres que paremos?
-No, que va, ¿por?
 
Claro que si hombre, dignidad ante todo, el poder de la mente prevalece.
Me lo repitieron como unas tres o cuatro veces a lo cual yo respondía como haciéndo el sorprendido, tipo ¿parar? ¿por qué si no hemos llegado? No tiene sentido ¿es que alguno quiere mear? No entiendo, no.
Hice lo que pude, y creo que fue mucho comparado con la que podía haber liado, pero en un momento de debilidad subió un poco de sustancia a mi boca… mierda, no me podía arriesgar a intentar hacerlo bajar debido al terrible efecto “rebote del vómito amplificado”, ni dejarlo en la boca arriesgándome a que una arcada-tos me convirtiera en un puto aspersor de ácido nítrico… ahora, desde la serenidad que me da la madurez puedo decir que actué rápida y correctamente, qué cojones, ¿qué mas se podía hacer?
Aparté la solapa de mi cazadora dejando el vaso a unos escasos diez centímetros de mi boca y liberé la pesada carga en un chorro perfecto que entró en el vaso, cerré la chupa y aquí no ha pasado nada, soy el puto amo de la barraca.

Yo veía a Aitor y a la hermana que se reían mucho, los hijos de puta, claro, para disimular pues yo también me reía, cosa que a ellos les hacía más gracia y se reían más. Una panda de gilipollas.
Pasado una media hora llegamos a mi casa, me bajo del coche y me despido muy educadamente de la familia agradeciendo su invitación. Subo a casa, me cambio y me largo corriendo (literalmente hablando) a la parte vieja ya que había quedado. El crimen perfecto.

Un pequeño apunte, ese “había quedado” se refiere a mi primera cita con una tipa que me gustaba, simplemente hacer notar que llegaba como unas dos horas tarde, mamao a más no poder, con aliento fresco fresco y sudao como un puto cerdo con liendres, pero eso es otra historia.
Realmente habría sido el crimen perfecto si nunca hubiese habido un mañana a aquel día.
Me llama Aitor por la mañana y se ríe como un bobo.

-¿Qué pasa Aitor?
-jejeje
-¿Qué andas?
-jejeje
-¿Tas tonto?
-Si, tontísimo, del garaje vengo ahora.
-…¿Y eso?
-Nada, que he bajado con mi hermana a limpiar el coche.
-¿A limpiar el coche de qué? (Claro que sí hombre, lo primero es creérselo uno mismo)
-De tu vómito, hijoputa.
-¿Qué me dices? ¿Manché algo? Pero si eso es absolutamente imposible, si ese chorrito de saliva que solté entró limpiamente en el vaso secreto que llevaba oculto en la chupa.
-Si chato si.

Por lo visto el chorro perfecto no lo fue tanto, y no por lo que me contara Aitor, que es un exagerado y seguro que mentía, ya simplemente por la ostia que me dieron en la tintorería al llevar la chupa con un reguero de vómito que caía graciosamente desde el hombro hasta perderse en el bolsillo exterior. Todo un espectáculo de luz y color… y olor.

Ni qué decir tiene que no volví a reunirme con la simpática familia.

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