07 febrero 2007

Infancia en Galicia, Capítulo 1.

-¿Que tal cocinas madre?

-Yo muy bien, todo muy rico.

Y lo peor de todo es que lo dice toda convencida la jodía.

Todo el mundo que me conoce medianamente alguna vez me ha oído recordar mi niñez y juventud como una tortura al paladar, pocos conocen realmente el sabor del infierno, ese sabor que una vez superado te permite comer piedras y rebañar el plato, es un superpoder que tengo que no me sirve de mucho pero ahí esta.

Para reforzar mis terribles afirmaciones voy a arrojar un par de comentarios de personas ajenas a mi casa, que eso siempre aporta credibilidad.

Diego Santos, Colorado:
-A mi la cocina de tu madre me da dolor de cabeza.

Norberto Gomes, Algún rincón de Portugal:
-…no, mejor comemos en mi casa y luego vamos a la tuya..

Carlitos, La casa de al lado:
-Jo jo jo, esto no lo había visto yo en la vida. ¿Así siempre?
-No por Dios, ¿no ves que hoy hay invitados?

David Costas:
-¿De qué color era hoy la masa?
-De un parduzco muy curioso.

Extraños condimentos solían aparecer misteriosamente en platos que consistían habitualmente en una masa de colores variables, las pocas veces que reunía el suficiente valor y cuando aún no me había abandonado a la resignación solía preguntarle:

-Ama, pero ¿Cómo es que hay XXX (sustitúyase por cualquier sustancia) en mi plato?

Versión 1:

-Es que si no, no se hace.
De muy pequeño aceptaba su explicación y en silencio tragaba. Posteriormente ante la necesidad de profundizar, indagaba en tan complejo fenómeno.
-Pero ama, cuando dices que no se hace ¿a qué te refieres?, ¿A que por costumbre no se suele hacer sin XXX o a que realmente no se llega a cocinar si no lleva el elemento XXX?
-Pues a que no se hace, y no se hace y punto.
-Oye ama, pues vamos a intentarlo sin XXX vale? Yo si no se hace me da igual, te prometo que me lo como, pero no le eches XXX que me da arcadas.
-Vale, pero ahora que esta hecho te lo comes.
-Bueno, pero es la última vez eh?
-Si si (inocente).

Versión 2:

-Se me habrá caído.
-Ama, tienes que tener más cuidado, ¿no ves que si no las lentejas saben a pescado?
-Vale vale, no se me volverá a caer más, pero ahora que esta hecho cómetelo.
-Bueno, pero es la última vez eh?
-Si si (inocente).

Gracias a ti madre hoy llevo una dieta realmente sana y completa, no incluyo en ella ni fritanga ni aquellos curiosos platos precocinados tuneados que tanto te gustaban, los cereales que definieron mi cena durante muchos, muchos años hoy los tomo con mesura, las verduras ya sean en purés o diferentes preparaciones ya no me provocan aquellos suspiros de “venga, ármate de valor, sería peor ir al dentista fallero” y hoy los tomo a diario. He descubierto que el pescado es posible sin ser frito, que en su preparación se le quitan las escamas y no es necesario tener la boca y el plato lleno de lentejuelas fiesteras; que el cuerpo humano no se descompone si no se come carne frita al menos una vez al día… tantas cosas he descubierto en la cocina madre que hoy por hoy me he convertido en un buen cocinero y mejor comedor.

Como muestra un botón:

Hasta sexto de EGB iba a un cole que quedaba a 15 minutos a pié así que comía en casa, al año siguiente y tras montar una tremenda gallegada… ¡maldita banda que me busqué!, aquellos cabrones confabularon y me vendieron como cabecilla de la operación reduciendo así ellos sus penas, se lió bastante y mis padres decidieron que me vendría bien cambiar de aires (mas les habría valido hacerme un exorcismo) así que aprovechando que mi hermano empezaba el BUP y por cojones tenía que emigrar, me mandaron con él a la ciudad, a un colegio muy pijo y muy privado… y muy inocente; bien, me encantan los cambios.

El tema es que el cole ya estaba más lejos así que tenía que quedarme a comer en él.

La mayoría de los chavales, como eran muy guays, aún pagando la comida del comedor se iban a un bar plantado en un monte cercano a comer bocatas de tortilla de Margarita, una mujer con especies endémicas bajo sus uñas. Yo descubrí la vida, comida sin sorpresas, sencilla y deliciosa, las cocineras alucinaban conmigo, siempre repetía.

-¿Puedo repetir?
-No, que luego no queda carne pa los de parvulario.
-No si lo que quiero repetir es la verdura, o el pescado, o lo que tengas por ahí.
-¿¿Ein???
-Si, por favor.
-Vale vale, lo que quieras que de esto siempre sobra.

Así en menos de un año llegué a ganar unos 13 kilos de felicidad y cariño de aquellas cocineras que sólo escuchaban quejas de los adinerados y mal acostumbrados criajos.

Con los años las maravillas de la jornada continua me arrojaron de nuevo a las sartenes de mi madre.

El tema es que yo había descubierto que no era necesario sufrir para alimentarse, comencé a enfrentarme a mi madre y ante la negativa por su parte de modificar sus costumbres nació un movimiento de protesta no violenta donde, cada vez más, me cocinaba mi comida hasta llegar a prescindir prácticamente de la suya. Eso sí, la gracia estaba en que mis platos debían superar por goleada los suyos, ya en sabor, presentación, elaboración como en aspectos de salud; debían ser una bofetada culinaria, una demostración de cómo un pequeño palurdo podía, con los mismos ingredientes, crear platos exquisitos en menos tiempo y sin montar un Cristo en la cocina (que esa es otra).

Mi querida madre, pérfida e inteligente, desviaba todos mis envites y me los devolvía aún mas contundentes.

-¿Así que hoy cocinas tu? Pues haz también para tu padre y tu hermano que vienen a comer así yo aprovecho y salgo un ratito.

(Oh cruel destino, tú que me sitúas en esta encrucijada, ¿Abandono a mi paladar ahora que conozco los placeres de la gastronomía o sigo luchando contra este poderoso enemigo cruel y despiadado?)

-…ve madre, ve.
-Taluego majo.

La guerra no la gané, aún hoy ir a comer con mi madre me recuerda tan aciagos días, y vuelvo al suspiro de “venga, en un momentito te lo ventilas y ya te olvidas”. Pero sí que personalmente crecí mucho, me doy cuenta sobre todo ahora que vivo con “extraños” y veo cómo comen, muy poca gente de mi edad conozco que cocinando ellos mismos no lleven una dieta desastrosa.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya historias...pobrecillo querido Alex...espero que todo este llendo bien por casa, os hecho mucho de menos y leyendote...se me hace a la vez mas facil y mas duro... en fin, seguiré leyendote para oler tus esencias.

Un saludo, TIRSO.

Anónimo dijo...

La leche hirviendo y tu madre, te marcaron toda tu infancia..

Todavia no he leido ningun post alabando a tu amatxo, que su merito tiene que tener, y tu siempre criticandola. Desagradecido.

Anónimo dijo...

Jajajajaja! Mi chico es gallego y estuvimos en Galicia este invierno, me encantó la comida gallega y su madre cocinaba de fábula (menos mal). Me encanta tu blog