Me gustaría hacer una recapitulación de ciertas personas que me he ido encontrando y que por algún motivo han marcado un cambio en mi vida. El orden será meramente cronológico.
Bisabuelo Valentín:
Tengo muy pocos recuerdos de mi bisabuelo pero al ser tan tempranos creo que han tenido una influencia terrible en mi forma de ser.
La imagen que mejor guardo es en un pequeño taller que tenía en el piso inferior de su casa en Mutriku. Al estar esta en un costado de un corte muy escarpado tenía unas vistas epectaculares. El taller era todo de madera, y con esas espectaculares vistas te hacía pensar que estabas dentro de un barco que sobrevolaba el pueblo. En el taller mi bisabuelo fabricaba como afición réplicas de barcos. Él mismo hacía todo, desde los palos, las pequeñas poleas, velas… con una terrible paciencia ese millar de piezas desperdigadas se iban juntando hasta consolidar una obra hermosa. El legado que me dejó es ese amor por constuir con tus propias manos a partir de lo más básico cosas hermosas, materializar y dar vida a ideas que sólo existen en tu cabeza a traves de la paciencia y el trabajo, el ver que cualquier cosa puede hacerse, sólo hay que dar el paso más difícil: el primero.
Abuelo Eduardo:
Tengo muchos menos recuerdos de mi abuelo que de mi bisabuelo ya que mi abuelo murió antes. Realmente sólo recuerdo un par de cosas: la primera es que lo quería de una forma irracional, compartimos poco tiempo, pero parece que fue suficiente para que me impregnase de su forma de ser: era un hombre de aspecto muy serio pero muy cariñoso. Tenía junto con mi abuela una sastrería donde hacían, entre otras cosas, trajes de caballero.
No comprendí muy bien su muerte, me pilló demasiado pequeño pero dejó en mí una sensación de tener que continuar su legado, de su forma de ser que tanto amaba, de esos trajes que fabricaba a mano para convertir hombres en caballeros. Ya de adolescente descubrí que le gustaba cantar y lo hacía bastante bien, de forma automática integré en mí esa pasión, un poco molesto por na haberlo sabido antes, y aunque aún sigo cantando como el culo tengo como obsesión el seguir haciéndolo.
Amama Susana:
Murió hace sólo unos años de un tumor cerebral, bastante lúcida hasta los últimos días. La persona de todo el múndo que más ha apostado por mí. Confiaba en que conseguiría llegar lejos, que cantaría de maravilla, que tendría una vida hermosa… en los momentos de mayor fracaso una de las cosas que más me duele es sentir que le estoy fallando, que la fuerza que me ha dado con su apoyo no la merezco… que es ella la única que se equivoca y no el resto del mundo.
Mi abuela me enseñó a demostrar amor acariciando desde el silencio. Recuerdo cuando me peinaba cómo me tocaba la cara, el pelo, los hombros de una forma muy tranquila, muy cálida. Todo en ella desprendía calidez; simplemente la forma de hacer la comida o ver la tele juntos era una caricia contínua. También me demostró que basta el apoyo sincero de una única persona para reunir fuerzas suficientes para cualquier problema.
En los últimos días le costaba reconocer a la gente, había perdido recuerdos… sinceramente creo que es lo más trágico del mundo, el olvido, el perder tus amados recuerdos. No soy alguien hipocondríaco, pero ese es un tema que me da pavor, tengo una memoria muy mala y tengo mucho miedo de que algún día tenga alzeimer. De ahí el nacimiento de este blog donde hablo de mí para mí, donde intento que ciertas ideas y vivencias puedan acompañarme hasta el día de mi muerte y no antes.
Luis Pose Regueiro:
Cuenta mi prima, que fue quien me llevó el primer día de clase a parvulario, que nada más dejarme me planté en mitad delaula, miré a izquierda y derecha, debían estar el 90% llorando, en la ventana ví un chico sentado tranquilamente mirando el paisaje; fui donde él y nos hicimos amigos.
Luis era un chico muy educado, el más inteligente con diferencia, bueno en deportes, sabio… y lo más importante de todo: la persona más carismática que he conocido jamás. Automáticamente y por justicia todos le aclamaban delegado de clase, representante de cualquier cosa, juez imparcial para los conflictos entre niños… algo absolutamente asombroso. Yo vivía a su lado aprendiendo de su forma de vivir humilde, de disfrutar de la naturaleza, contemplar plantas, hormigas… su forma de hablar calmada tenía tal rotundidad que nadie jamás le cuestionaba, ni niños ni mayores.
Sus padres tenían una tienda de gominolas al lado del cole. Todos los días en el recreo le pedía a su madre un Huesito y un chicle. Podría pedirle cualquier otra cosa, pero siempre pedía un único Huesito y un chicle. Abría el envoltorio y partía el Huesito por la mitad y me lo daba sin miramientos, después hacía lo mismo con el chicle.
Cuando me cambié de colegio no volvimos a vernos. Años después murió su padre, algo muy traumático para él; se metió en el seminario y hoy es cura. Tengo muchísimas ganas de escucharlo algún día.
De Luis aprendí que la generosidad no es dar, sino el privarse de lo de uno sin reproches, que una voz firme atraviesa cualquier barrera y si tiene suficiente convicción entra en la cabeza de hasta el más escéptico y que siempre antes de creerse en el derecho de pedir uno hay que dar cien.
Hay una anécdota que me encanta recordar de Luis: estábamos un día en el recreo paseando y hablando de los padres o de “cómo será conducir un coche”. En todos los recreos íbamos toda la clase juntos, Luis y yo paseando, intentando absorver todo lo que aquel hombre tenía para dar, y detrás, en pequeños grupos, toda la clase. Cada uno estaba a lo suyo pero no se sabe muy bien por qué todos seguíamos su tranquilo paseo por los jardines del colegio. Luis calló durante unos segundos y se paró, yo me quedé mirándole en silencio y respeto absoluto. Se dio media vuelta y dirigiéndose a unos treinta chavales atentos les dijo algo así como: “Si alguien me quiere seguir pues no hay problema, pero no soy vuestro jefe ni quiero serlo”. Ni qué decir tiene que ningún niño dejamos de seguir a Luis en los recreos, más engrandecido si cabe por el esplendor de su humildad. Jamás he vivido un momento similar al que me dio ese niño de nueve o diez años.
3 comentarios:
Hola, Alex!!
Joder, que agradable sorpresa y que buenos recuerdos... De verdad que me asomó alguna lágrima... Yo también soy de aquella época del cole! Y también me acuerdo algo de Luis... Era un buen chaval, y lo sigue siendo bastante; pero ya sabes: al "hacerse mayores" todos vamos perdiendo aquella frescura y nos vamos haciendo un poco más fríos y tristes... Sigue siendo cura, pero está en búsqueda, como la de tu reflexión sobre el miedo y los sueños (muy buena).
Sabes? Me consta que tú también le dejaste huella en su vida; que fuiste su gran amigo de la tierna infancia; y que aunque luego la distancia os separó, tu alegría le quedó grabada.
Por cierto, otra anécdota de "parvulitos" que cuenta a veces: cuando tú, en un cumple, rompiste una bombilla de un caramelazo!! :)
Dios mío, estoy alucinando!!!! antes de nada quién eres????
Pfffff, qué impresión!
Quién va a ser, hombre!!! :D
Yo sí que flipé en colores cuando anteayer metí mi nombre en el Google para ver como estarían mis datos por ahí por esos mundos de intrené, y me encontré (de casualidad?) tu relato sobre mí...
Fue muy muy emotivo, no sólo por hacerte presente y revivir aquella marabillosa época, sino también por hacer que me reencontrara con lo mejor de uno mismo... Decía un tal Jesús que para ser felices había que hacerse como niños...
Pues eso, colega, que aquí estoy!!
(no sé si te serviré mucho para revivir cosas, porque me temo que mi memoria no es gran cosa... pero seguro que se puede refrescar).
Un abrazo gordo, Álex. LUIS (Lichi).
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