Haciendo recuento de lo que has tenido que padecer, ciertos aspectos de tu vida cobran sentido, cosas como tu tendencia al alarido o tu variadito de úlceras.
Siempre he sido muy creativo, sobre todo en cuanto a hacer el mal se refiere: intrincados planes que se ejecutan donde no hay ganadores, sólo perdedores o “muy perdedores”, pero, como dice Piedrahita, es que el afán de investigación me puede madre. De todos modos no me digas que no nos hemos divertido mucho… no? Bueno, yo si.
Aunque pensando, pensando… oye chata, que tú también has hecho de las tuyas, durante decenios he sido tu sufrida marioneta, víctima de experimentos que harían estremecerse a científicos nazis, y es que más que un mal hijo veo que era un simple crío tratando de defenderse ante tu mano opresora, un débil ser que sólo contaba con su inventiva, un taller con herramientas y varios depósitos de gasolina… y cierta tendencia al desastre, mas bien a “disfrutar” con el desastre.
En este repasito a nuestra compleja relación querida mamuchi vamos a destapar todos esos deliciosos momentos que se han convertido en frustraciones y desviaciones de colores en mi persona y en pérdida de lustros de vida y coloración capilar en la tuya.
Comenzamos por el principio, tú pariendo: por lo visto nada más nacer tu cara fue de decepción ya que tu deseo era que yo fuese niña y no ese bicho con pitilín y una espesa mata de pelo negro que arrojaste al mundo. Jodó madre, yo currándome una buena entrada entre coreografías de churretones de sangre y placenta (ya lo siento pero no me habías dado mucho más material para el espectáculo) y lo primero que oigo es:
-Ay, que pena, es un niño, con la ilusión que me hacía una niña, en fin, tendré que quererlo igual verdad señor médico?
En el siguiente recuerdo me veo durmiendo con mi madre en casa de mi abuela; me abrazaba mientras intentaba hacerme dormir pero yo estaba preocupado, tenía la cara vendada y olía de forma extraña. La muy coqueta se había operado la nariz pero no me lo dijo así, en lugar de ello no se le ocurre otra cosa que decirme que unos niños de un parque le habían tirado una piedra.
Dios mío, pero en qué mundo estoy viviendo? Y si le hacen eso a mi madre ¿qué podrían hacerme a mí? Por lo visto los niños tenían prácticamente mi edad, y para divertirse le habían tirado una piedra a mi señora madre en todo el careto… pero ¿qué juventud es esta? A mi nunca se me ha ocurrido nada parecido, pero cuando esté con mis amigos ¿me dedicaré también a apedrear inocentes por diversión?, y ¿por qué mi madre no está enfadada? ¿No le ha dicho nada a los niños? ¿Acaso acabo de convertirme en adulto y he descubierto la gran verdad? ¿Qué la gente se tira piedras entre sí? Aquel día mi madre me enseñó a pasar una noche en vela por las preocupaciones del día a día.
–¿El pito ya lo tapa el pantalón no? Pues andando.
En el momento en que te ví acercarte con los pantalones ya empecé a notar el aroma de la tragedia, que poco a poco se me hacía cada vez más familiar en aquella casa.
Enfundas mis piernecitas (no se si aún crudas o ya churruscadas y al punto de sal) en unos vaqueros que ya por entonces me parecían diminutos… te veo acercar tu mano a la cremallera… una cremallera metálica con afilados dientes donde jamás debería haber nada afilado, ni nada de dientes… pero valiente como ninguna sujetas el tirador y con esa fuerza sobrehumana que te caracteriza subes la cremallera… hasta la mitad.
La sensación fue más de desconcierto que de dolor (que no era poco) menos mal que allí estabas tu, madre, para menear bien la cremallera arriba y abajo dejando que aquellos jodidos estiletes cobrasen vida y, con afán de cirujanos entusiasmados por su primera operación, intentasen la variante de “operación de fimosis a mordiscos”.
Yo no me lo creía, cómo podías hacerme eso a mí… al pitilín de tu hijo… pero no contenta con ello y escuchando los gritos de mi pellejito magullado ¡Decides pedir ayuda! ¡A la vecina! Yo no estaba muy puesto en relaciones pito-mujer, pero sabía que eso me acompañaría el resto de mi vida mientras, tirado por el suelo, rogaba que siguieses tú meneando la cremallera con la ilusión de que algo acabaría por romperse.
Pues no, allí llega la vecina, tras una breve explicación se pone de cuclillas inspeccionando el curioso estado de mi pito.
-Ya ves, el pobre que es torpe y ni ponerse calzoncillos sabe.
-¡¡¡Perra del averno!!! , ya hablaremos tú y yo.
Finalmente la cremallera fue justamente destruida y mi pilila liberada cual espada del rey Arturo.
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