26 abril 2007

Memorias de Camilo

Me gustan los animales, me suelo llevar bien con ellos, igual que con los humanos pequeñajos, debe ser porque no soy muy tocapelotas, porque no intento que bailen a mi son y los trato con el respeto que creo que merecen… también puede ser, como decía un amigo mío un poco bobo, porque la amplitud de las ondas de mi voz de ultratumba entra en resonancia con las mucosas cerebrales induciéndoles unas leves vibraciones, un masajito cerebral vamos.

Hace ya muchos, muchos años cuando el teléfono móvil era un desconocido y los heavys dominaban el planeta con justicia y orgullo unos cuantos fulanitos decidimos que nos íbamos a ir a pasar unos días a una casita rural… esto es: a un garito perdido de la mano de Dios entre las montañas de Lugo donde poder pasar varios días borrachos y haciendo el gamba, pinta bien. Aunque allí pasaron muchas cositas interesantes voy a contar algo que sucedió antes: el día que conocí a Camilo.

Día 7 de Enero, ¿Qué significa? Pues que el día anterior la ciudad estuvo de fiesta, así que una nube de resaca cubre la ciudad. Ese era el día en que nos íbamos a meter en el tren para ir a Lugo, donde un amigo que llevaría a unos cuantos en coche nos recogería posteriormente para ir al pueblo que nos proponíamos tomar.

Mi amigo Oswaldo y yo, dos chicos voluntariosos donde los haya, nos ofrecimos para ir en tren, así que el resto irían en coche. No recuerdo cuál fue el motivo, si perdimos el tren o nos presentamos sin más en la estación a ver quién nos podía acercar, el caso es que teníamos unas tres o cuatro horas libres… y allí estábamos los dos, en plena ciudad con los uniformes de viajar (el chándal más indecente que encuentres), los maletones y comiendo algo de una bolsa de plástico.

Decidimos darnos un paseíto y así aprovechar para hacer alguna compra de última hora… un halo de luz nos envolvía, un halo invisible a ojos humanos, pero no a ojos de Camilo.

Apareció de la nada, corriendo como la cabritilla de Heidi que aún no controla su larguirucho cuerpo un precioso cachorro Pastor Alemán, muy activo pero inquieto, buscando algo… o más bien a alguien. Desde lejos me encantó, así que cuando se acercó le dediqué la mas elaborada de mis caricias, esa que se usa tanto como para eliminar la mala ostia de tu madre por alguna “gracieta” realizada como para demostrarle amor incondicional a un amigo en momento “exaltación de la amistad”… o para hacer ver a una zagala que eres un hombre que sabe lo que quiere, y que lo que quiere ahora es que saltes a sus brazos. Al perro le convencí (ya me puedo apuntar una, yo que creía que jamás funcionaría) así que nos hicimos compañeros; lo bautizamos como Camilo y le pusimos una corbata roja que algún elemento había perdido el día anterior.

Vagamos por las calles bajo la caricia dominguera del sol, sin prisa, disfrutando nuestra conversación, maquinando planes para los días venideros y jugando a eso tan extraño que se juega con los perros, eso de ahora te persigo yo hasta que se me hinchen los huevos y decida ser yo quien escapa y tú quien me persigas, extrañas reglas para un juego que viene de serie con los perros.

Camilo estaba exultante, disfrutaba cantidad con nuestros juegos y nos seguía con total diligencia cuando estos terminaban… era el perro que todos los amantes de los animales querríamos tener, pero empecé a ver algo en su carácter que me entristeció: caminando por la zona del arenal hay un escalón a modo de banco que une la zona de jardines con el paseo, Oswaldo y yo saltamos el escalón para acercarnos a una tienda sin darnos cuenta de que el joven Camilo no podía seguirnos, le animamos para que saltase pero el perro, al verse incapaz de seguirnos comenzó a gemir desesperado, de una forma totalmente exagerada; bajé, lo tomé en brazos y superamos el obstáculo, cosa que me agradeció con mil lametazos. Así que el perro otra vez a nuestro lado mas contento que unas pascuas (qué cojones querrá decir eso de las pascuas, quiénes serán y por qué están tan contentas?).

Mientras hablaba con Oswaldo me iba fijando en el porte de Camilo, que aunque muy delgado se veía a leguas de que era de buena raza, un color y medidas demasiado perfectas para ser un callejero… y un collar ausente donde antes lo había contaba cómo había sido abandonado… y lo peor de todo es que ya éramos lo suficientemente amigos como para que nuestra separación fuese un abandono.

La verdad es que Oswaldo mantenía una cordial amistad con el perro, pero sin profundizar demasiado, ya que mi amigo no suele gustar de cosas que puedan manchar o dañar sus manos… y el perro lo era, así que ya sabía que si quería mimos o guerra se lo tenía que pedir al tito Gallego.

Más tarde entré en una tienda de fotografía a comprar carretes para el viaje así que Oswaldo se tuvo que quedar fuera sujetando a Camilo, cuando éste vio que desaparecía se puso muy nervioso y convenció a Oswaldo (que no creo que opusiese mucha resistencia) de que debía dejarle entrar, así que allí apareció mi nuevo amigo en medio de la tienda churrupeteándome entero mientras el dueño nos decía eso de “El perro fuera!”.

El tiempo nos empezó a susurrar que cada vez quedaba menos para que el tren partiese… y que al tren no suben perros, así que una sensación terriblemente desagradable se apoderó de mí… tenía que abandonarlo.

En un parque cercano a la estación nos sentamos en un banco con Camilo a nuestros pies mientras picábamos algo; le dimos de comer al perro y lo acariciamos hasta que la modorra lo sumió en un tranquilísimo sueño… faltaban escasos minutos así que había que irse; nos levantamos con mucho sigilo y nos alejamos cuidadosamente sin despertar a Camilo que seguía durmiendo en paz, con esa tranquilidad que le daba el saber que ya no estaba sólo, de que su vida sería mejor, de que iba a recibir todos los mimos que quisiera con sólo pedirlos y podría proteger por fin con toda su alma a alguien a quien quiere con locura… porque eso es lo que quieren los perros, y eso el lo único que nos piden.

Subimos al tren y desaparecimos de la ciudad y de la vida de un amigo con el corazón encogido odiándome por haber abandonado a Camilo… y es que ese es el “a tomar por culo” que no hice del que más me arrepiento: el “mis amigos acabarán entendiendo mis motivos… y a mi familia poco más la puedo sorprender… a tomar por culo, seamos amigos para siempre Camilo”.

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